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En este periodo, es fundamental acoger sus sentimientos, especialmente el llanto, la inseguridad ante lo desconocido y la dificultad para separarse de sus figuras de apego, como mamá y papá.
Aunque muestran curiosidad y entusiasmo por descubrir, jugar y explorar junto a otros niñ@s, estas ganas conviven con la pena de no estar con su padre/madre. Es normal que se muestren inquietos, demandantes o incluso retraídos. Por eso, el rol del adulto es clave: ofrecer contención, seguridad y un espacio donde cada emoción sea válida y respetada.
El juego compartido, es una oportunidad para desarrollar vínculos y comenzar a construir confianza en los otros. Brindar rutinas claras, espacios acogedores y una presencia adulta disponible ayuda a que esta transición sea más amorosa y segura.
Adaptarse no es solo "acostumbrarse", es construir un nuevo lugar desde la confianza. Y eso toma tiempo, paciencia y mucho afecto.
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