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A veces no hacen falta tantas decoraciones en las aulas para que los niños y niñas descubran la magia del otoño.Hay que intentar salir a la calle, respirar el aire fresco, sentir la brisa en la cara, escuchar el crujir de las hojas bajo los pies y dejarse envolver por los colores dorados del paisaje. En esos paseos, entre el olor a leña y las pequeñas mariquitas que aparecen sobre las hojas, surgen momentos sencillos.
Vivir el otoño al natural no solo despierta la curiosidad y el asombro, también fortalece el apego seguro: ese vínculo que se construye cuando el adulto acompaña con calma, ofrece confianza y comparte la experiencia desde la presencia. Porque no hay mejor aprendizaje que el que nace de sentirse acompañado, libre y seguro.
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