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Uno de los regalos más valiosos que podemos ofrecer a nuestros niños y niñas es la posibilidad de ser autónomos. No se trata de empujarles a valerse por sí mismos antes de tiempo, sino de acompañarlos con respeto y presencia mientras desarrollan la confianza para explorar el mundo. Una actividad tan sencilla como regar las plantas puede convertirse en una poderosa herramienta de crecimiento emocional, si la abordamos desde una mirada consciente. Aquí es donde la teoría del apego entra en juego.
¿Qué es la teoría del apego?
La teoría del apego, desarrollada por John Bowlby y posteriormente ampliada por Mary Ainsworth, sostiene que los vínculos afectivos seguros entre el niñ@ y sus figuras de apego (normalmente sus cuidadores principales) son la base para un desarrollo emocional sano. Un apego seguro se forma cuando el niñ@ percibe que su cuidador está disponible, es sensible a sus necesidades y responde de manera coherente.
Cuando este vínculo es sólido, el niñ@ se siente lo suficientemente seguro como para explorar su entorno. Y es precisamente en esa “base segura” donde se sustenta la autonomía.
Regar las plantas: más que una tarea
Regar las plantas no es solo una actividad doméstica. Para un niñ@, representa una oportunidad para:
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Ejercer responsabilidad (el bienestar de las plantas depende de su cuidado),
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Observar procesos naturales (la tierra seca, las hojas verdes, el crecimiento),
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Conectar con la naturaleza, y
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Sentirse capaz.
Cuando invitamos a los niñ@s a participar en este tipo de tareas, estamos diciéndole, sin palabras: “Confío en ti, eres capaz”. Pero para que esta invitación funcione como una experiencia positiva y no como una carga, es fundamental que esté enmarcada en una relación de apego seguro.