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El juego es la forma más natural que tienen los niños y niñas de descubrir el mundo. A través de él aprenden, se expresan y crecen felices. Cuando aparece el juego simbólico, ese momento mágico en el que una caja se convierte en coche o una muñeca en bebé, comienza también el desarrollo de la imaginación y del pensamiento.
Los adultos somos su ejemplo. Ellos observan cómo actuamos, cómo hablamos y cómo tratamos a los demás. Por eso, cuando compartimos su juego con cariño, respeto y atención, les estamos diciendo sin palabras: “estás seguro, puedes explorar”.
Desde ese apego seguro, los niños se sienten confiados para jugar, crear y ser ellos mismos.
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