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En el aula, solo la luz temblorosa de las linternas rompe la oscuridad. Los peques de dos/tres años exploran, ríen, se esconden… y también miran de reojo, porque a esta edad la oscuridad empieza a despertar miedos.
A través del juego, transforman ese temor en aventura: descubren que pueden mirar, buscar, encender su luz y sentir que no están solos. Y ahí entra el apego seguro: una mano cercana, una voz que acompaña y un abrazo disponible cuando lo necesitan.
Así, entre risas, sombras y linternas, aprenden que el miedo también se puede jugar, comprender y atravesar.

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